Todos los padres y madres albergamos ciertas expectativas respecto a nuestros hijos. Es inevitable. Esto se debe a que venimos cargados de experiencias previas que dibujan el imaginario de lo que nos gustaría que nuestro hijo o hija fuera. Todos hemos sido hijos previamente y todos venimos de una familia con una identidad propia y que ha construido en gran medida aquello que somos y aquello que esperamos de los demás.
De alguna manera, esperamos que nuestro hijo adquiera una serie de valores coherentes con aquello que nosotros mismos somos, lo que condiciona el proceso de creación de la identidad de nuestra propia familia. Esto es, aquello que nos hace diferentes y únicos y que se ve representado por nuestros códigos del lenguaje, nuestras aficiones familiares, nuestros hábitos, nuestros comportamientos, o nuestras leyes más o menos explícitas.
Eso sí, hay veces que en esta creación conjunta de nuestra identidad introducimos deseos y expectativas hacia nuestros hijos acerca de cómo y quiénes deben ser respondiendo a nuestras propias carencias y necesidades. Esto, que se produce de forma natural y que espontáneamente nos puede ocurrir a todas las personas, es algo que debemos revisar para que ocupe un espacio en su justa medida, de modo que les permita crecer por sí mismos.
A veces, aspectos de nuestra propia vida que no hemos podido resolver pueden transformarse en deseos hacia nuestros hijos que podrían condicionarles en sus decisiones. Quizá no pudimos estudiar aquello que deseábamos, y depositamos esa frustración en ellos. Quizá hayamos vivido situaciones de mucho riesgo en nuestro entorno que nos inundan de miedo al imaginar que ellos/ellas pudieran encontrarse ante iguales peligros. Quizá mi manera de superar obstáculos me sirvió a mí, pero no tiene por qué ser la mejor estrategia para ellos.
En ocasiones, desde nuestras propias necesidades, enviamos mensajes sobre qué y cómo deben ser nuestros hijos, y se nos olvida que son ellos mismos los que deben encontrar sus propias respuestas a esos interrogantes.
Sin embargo, toda esta mochila que traemos cada padre y madre sobre nuestra espalda también puede ayudar a nuestros hijos. Podemos servirles de guía, podemos advertirles de peligros, podemos orientarles sobre cómo enfrentarse a tomar sus propias decisiones, podemos ayudarles a manejar sus emociones sosteniéndoles mientras caminan…, podemos ayudarles y mucho.
Intentar que cuando ellos mismos se pregunten quién soy, qué me gusta, qué necesito, o de qué manera quiero conseguirlo, no sean las voces de los padres y madres quienes respondan a esos inevitables y sanos interrogantes. De ser así, el riesgo es que un día se encuentren perdidos en vidas que no han elegido, o que les resulte doblemente difícil encontrar respuestas que les satisfagan.
Os animo, padres y madres, a reflexionar sobre cómo podéis lograrlo.
Y recuerda, si no puedes hacerlo solo o sola, en Servicio PAD, prevenimos y tratamos las adicciones en adolescentes y jóvenes del consumo de alcohol y/u otras drogas, del uso abusivo de la tecnología o con riesgos o problemas asociados al juego de azar.
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Pamela Valencia
Psicóloga y Orientadora Familiar
Servicio de Prevención de Adicciones