Cuando nos iniciamos en la tarea de ser padres y/o madres, queremos siempre dar lo mejor de nosotros. Pero ejercer ese importante y trascendental rol no es algo rígido, ni el aprendizaje es definitivo. Tal y como decíamos en el post introductorio sobre la educación positiva, la sociedad cambia y las maneras de educar deben amoldarse a las nuevas circunstancias.
Desde este modelo de la educación positiva –que en la actualidad irrumpe con fuerza y con múltiples apoyos de profesionales de la educación social, la psicología, y la pedagogía– se considera que conociendo en cada momento evolutivo las necesidades del niño o la niña, se comprenderá y se responderá mejor ante su desarrollo. El empleo de la educación positiva tiene numerosos beneficios, para los menores y para las familias, entre ellos:
- Mejora la autonomía del menor.
- Afrontan los conflictos de forma pacífica y efectiva.
- Aprenden a controlar sus emociones.
- Se sienten seguros con ellos mismos y ante los demás.
- Dialogan y se comunican de forma positiva.
Pero claro, os preguntaréis, ¿y cómo puedo ejercer la educación positiva? Aquí van 7 claves.
- Entrena y cultiva la paciencia
Hay muchos momentos de la vida diaria donde encontramos que nuestro hijo/a adolescente, cambia de opinión, se enfada sin un motivo aparente o por una trivialidad, no quiere colaborar ni hablar…. La paciencia es la mejor herramienta: dale tiempo para responder y para aprender a actuar, piensa en lo que necesita o ayúdale a verbalizar lo que le ocurre. Si respondemos con gritos o amenazas, lo único que conseguiremos es empeorar la situación.
- Las normas y límites son necesarios
Las normas y límites definen maneras de actuar que favorecen la convivencia y la adquisición de valores. Por supuesto, deben de tener un sentido, ser claras y estar respaldadas por una explicación coherente. Expresiones como “en mi casa se hace lo que yo diga” o “aquí mando yo y punto” no generan una asimilación de las mismas. Las reglas deben ser consensuadas y avisadas, y no imponerlas en el transcurso de una discusión. Por ejemplo, “¿Me has faltado al respeto y encima llegas tarde? Pues sin salir y sin móvil un mes”, “Te piensas que eres muy listo, pero ahora el listo soy yo, no vas a ver más a esos amigos tuyos” son decisiones que se toman de repente, sin previo aviso, y muchas veces como manera de que “demostrar quién manda”. Está demostrado que estrategias de este tipo provocan más tensiones y que a la larga perjudica los vínculos familiares. Las normas y/o límites no deben ser percibidos como sanciones o amenazas, sino como necesarios para la rutina diaria.
- No cumplir las normas y límites requiere una consecuencia, pero no sirve cualquiera
Cada etapa demanda una serie de normas y límites adaptadas al momento evolutivo y asociada a una consecuencia. Si no se cumplen las normas y límites, será necesario llevar a cabo las consecuencias previstas. No obstante, un paso previo es escuchar por qué no se ha cumplido la norma y/o límite, poniéndonos en el lugar del/la adolescente. Las consecuencias no deben tener un tinte violento, con faltas de respeto o humillaciones. Las consecuencias tendrán como objetivo reparar el daño o entender lo que no se ha hecho bien. El recurso a consecuencias o sanciones inadecuadas deteriora las relaciones familiares, y puede llegar a normalizarlas, lo cual no es en absoluto deseable.
- Demuestra afectividad
En la adolescencia, las familias nos quejamos de un descenso en las muestras de afecto y cariño. Frases como: “ya no me da besos” o “quiere que le deje lejos de la puerta del centro” son comunes en esta época. La forma en la que se manifiesta la afectividad cambia a lo largo del desarrollo evolutivo, pero es importante tener en cuenta que siempre necesitan sentirse queridos. La tarea de ser padre y/o madre en la adolescencia se basa en observar a nuestro hijo/a: cuáles son sus maneras de expresar cariño, y aceptar que no sólo hay una forma de aportar ternura. Ser creativos y partir de las muestras que hagan vuestros hijos/as.
- Implícale en las decisiones
Si queremos que nuestros hijos/as sean responsables, tenemos que darles un papel o una serie de funciones, de modo que sepan lo que se espera de ellos/as. Si queremos que recojan la mesa, no podemos esperar a que suceda sólo o a que con hacerlo una vez ya hayan adquirido dicho encargo. Es posible que dichas tareas no sean de su agrado y que quieran participar de otra manera. Si es así, escuchemos sus opiniones, dialoguemos y negociemos qué es lo que puede aportar cada uno a la convivencia. El implicarles y hacerles protagonistas de determinadas labores y procesos favorece el cumplimiento de las normas, mejora la autoestima y estimula la reflexión, entre otras cosas. Así todos ganan.
- Comunícate
En las familias se revelan escenas en las que nuestro hijo/a está absorto con el móvil y no quiere hablar con nosotros, y mucho menos de temas en los que nos consideran unos desfasados o antiguos. La adolescencia forma parte del crecimiento natural, siendo la comunicación una herramienta esencial para ayudar a que nuestros hijos/as gestionen lo que les ocurre y lo que ven en el exterior. Así, es interesante buscar momentos de transición entre su yo anterior y el nuevo yo que emerge, preocúpate y charla con él/ella de todos los temas que le inquietan o muestra curiosidad. Pero tampoco nos olvidemos de otros temas como pueden ser el consumo de sustancias o las relaciones sexuales, ellos/as necesitan información real y verídica, no lo dejemos a un lado por vergüenza o por desconocimiento. Si no estamos preparados nosotros/as para este tipo de conversaciones busquemos ayuda de profesionales que nos orienten y nos guíen. La comunicación ayudará a estrechar lazos familiares, no emplees reproches, discursos o monólogos, donde sólo habla uno y la imagen de nuestro hijo/a es negativa. Un ejemplo: “cuando llegues a mi edad entenderás lo que te digo, no seas tan holgazán y haz algo con tu vida”. Tres claves: escucha, comprende y expresa lo que sientes y opinas sin ofender. La realidad de tu hijo es diferente a la tuya, intereses, moda, el contexto social,…acércate a él para entenderle y respetarle.
- Para cuidar…cuídate tú primero
Ser padres y madres es un trabajo a tiempo completo. Si dejamos que absorba todo nuestro espacio vital, al final nos sentiremos vacíos o ansiosos. Ejercer la educación positiva requiere estar equilibrado desde lo social, lo físico y lo mental. Si, por ejemplo, no encontramos hueco para charlar con amistades o compartir con otras personas el día a día, es posible que nuestra paciencia no sea la misma al no desconectar en ningún momento, y eso se traducirá en enfados y, al final, en malestar a nivel físico y muscular, cansancio , dificultades para dormir, nerviosismo, etc. En la educación positiva se establece la importancia de tener espacios para uno mismo/a, para relajarse y realizar actividades placenteras. Cuidarse uno mismo ayuda a cuidar mejor de los demás.
¿Qué os parecen estas claves?, ¿Algunas las realizáis ya? Si no es así, no esperes, el bienestar de tu hijo/a y el vuestro os lo agradecerá.
Y recuerda, si no puedes hacerlo solo o sola, en Servicio PAD, prevenimos y tratamos las adicciones en adolescentes y jóvenes del consumo de alcohol y/u otras drogas, del uso abusivo de la tecnología o con riesgos o problemas asociados al juego de azar.
¡Llámanos! 699 480 480
Margarita Iniesta
Psicóloga y orientadora familiar Servicio PAD