Un aspecto básico dentro de la prevención de adicciones y del desarrollo saludable de menores y adolescentes, se lleva a cabo desde el ámbito familiar: desde el doble papel que desempeña la familia, como referente afectivo en las relaciones con los hijos e hijas y como guía educativa.
Partimos de la realidad de que queremos a nuestras hijas e hijos, pero en ocasiones, nos dejamos llevar por la vorágine del día a día, y nos preguntamos ¿somos capaces de trasmitir ese sentimiento? O,¿de conseguir que el mensaje llegue con claridad? Por otro lado, en la familia recae la obligación de educar a sus hijas e hijos y no nos referimos solamente al apartado académico, sino más bien en la transmisión de los valores y de reglas de conducta.
Los y las menores van avanzando en el desarrollo madurativo, van dejando atrás la infancia para adentrarse de lleno en la adolescencia, con lo que esto supone. Ya sabemos que es una etapa que se caracteriza por muchos cambios, que a su vez generan dificultades como:
– la rebeldía.
– los enfrentamientos, los conflictos.
– la forja de la propia identidad adolescente que, en ocasiones, se contrapone a los/las adultos de referencia como expresión de esa identidad emergente.
Pero también, es una etapa llena de aspectos positivos como pueden ser la cantidad de oportunidades y aprendizajes que se pueden desarrollar. Aparecen posibilidades de conocer nuevas formas de entender el mundo y de relacionarse con él. Todas estas nuevas piezas se van incorporando partiendo de la base que ya tenían y que han ido adquiriendo previamente. A partir de estas piezas se va madurando, se van creando sus propios criterios, sus propias habilidades, comportamientos y su filosofía ante la vida.
Es un camino que lleva a la edad adulta que a veces viene acompañado de numerosas tensiones y desencuentros que pueden acumularse con las propias tensiones del día a día. A veces nos lleva por una ruta de frustraciones, ira y angustia cuando comprobamos que nuestros hijos e hijas no siguen nuestros consejos o realizan conductas de riesgo.
En ocasiones, nuestra atención se focaliza solo en lo negativo, pasando de una discusión a la siguiente, sin apenas tiempo para valorar lo positivo que está sucediendo a la vez.
¿Qué podemos hacer?
Os damos algunas recomendaciones breves:
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Mantened abiertas las vías de comunicación.
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Hablad con ellos y ellas.
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Y, sobre todo, escuchad (no solamente de manera pasiva, sino con interés y sin juicios de valor).
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Ofrecedles vuestra ayuda y apoyo de manera incondicional.
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Sed conscientes de los mensajes que lanzáis: cuidado con herir, minar su autoestima o cerrar los canales de comunicación.
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Cuidado con justificar y consentir todo, o pasar al otro extremo: criticarles por todo y/o ponerles castigos desproporcionados.
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No os pongáis enfrente, quedaos a su lado, presentes atentos/as y disponibles.
La adolescencia es una etapa caracterizada por la posible aparición de situaciones conflictivas. En la cuál, si somos capaces, como referentes adultos, de equilibrar los mensajes positivos que lanzamos y enseñar valores a nuestras hijas e hijos, podremos aprovechar esta etapa vital para ayudarles a avanzar hacia la etapa adulta.
César Gil Ballesteros
Psicólogo y Orientador Familiar de Servicio PAD