«Todo empezó como algo divertido, como una forma de encajar, de sentirme parte de algo más grande que yo. Nunca pensé que un simple «sí» podría cambiar tantas cosas. La primera vez que tomé alcohol tenía 14 años. Era una fiesta con mis amigos y amigas, reíamos, bailábamos, y yo sentí algo que hacía mucho no sentía: libertad.
Al principio, solo bebía los fines de semana. Me gustaba la sensación de euforia, la confianza repentina, el cosquilleo en el cuerpo. Me hacía sentir que podía ser otra persona, más extrovertida, más interesante… Poco a poco, dejé de beber solo en fiestas y empecé a hacerlo en reuniones pequeñas, luego sola en mi habitación. Me decía a mí misma que no era un problema, que todos lo hacían.
Lo primero que empezó a tambalearse, y no muy tarde a “desmoronarse”, fue la escuela. Antes me preocupaba por mis calificaciones, pero progresivamente el alcohol me hizo perder el interés. Dejé de hacer tareas, de prestar atención en clase, me costaba…. Mi cabeza estaba en otro lado, siempre esperando el siguiente fin de semana, la próxima excusa para beber. Mis notas bajaron y con ellas, la confianza de mis profesores y mis padres.
Mi familia también empezó a notarlo. Mi madre decía que me veía diferente, más distante, pero yo solo la ignoraba. Cada discusión terminaba con gritos o con mi puerta cerrada de un portazo. Mi relación con ellos se volvió fría, llena de mentiras y excusas. Les decía que estaba bien, pero en realidad, no quería que me vieran así.
En mi grupo, las cosas cambiaron. Dejé de juntarme con aquellas personas que no bebían porque me hacían sentir culpable. Prefería estar con quiénes no me juzgaban, con quiénes vivían la misma vida que yo. Pero las amistades no duraban. Pronto, todo giraba en torno a la bebida y no a las personas.
Mi salud empezó a resentirse y a deteriorarse. Al principio, eran resacas soportables, pero luego vinieron los dolores de cabeza constantes, la fatiga, la ansiedad. Perdí peso, dejé de dormir bien. Antes disfrutaba hacer ejercicio, pintar, leer… pero todo eso dejó de importarme. Nada me daba la misma satisfacción que el alcohol.
Y entonces, sin darme cuenta, se convirtió en lo único que importaba. Ya no era solo una distracción o una forma de encajar. Era una necesidad. Un día desperté y me di cuenta de que el alcohol me había quitado todo lo que tenía, todo lo que era.
Ahora entiendo que desde el primer momento en que probé el alcohol, me puse en riesgo sin darme cuenta. No era solo un juego o una forma de escapar; era el inicio de un camino que poco a poco me robó la felicidad, mis sueños, y mi propia identidad. Perdí el control de mi vida sin ni siquiera notarlo.
Si pudiera retroceder en el tiempo, me abrazaría fuerte y me diría que no necesito beber alcohol para sentirme libre, que la verdadera libertad es no depender de nada para ser yo. Ahora sé que cada sorbo que tomé me alejó más de la persona que realmente quería ser.
Pero hoy quiero cambiar. No quiero seguir en este círculo que me ha consumido. He decidido pedir ayuda, buscar apoyo profesional, alguien que me guíe y me acompañe en este proceso de cambio. Sé que no será fácil, que habrá días en los que quiera rendirme, pero también sé que merezco una vida diferente, una vida en la que el alcohol no tenga el control. Estoy lista para empezar de nuevo, para tomar el control y encontrar la felicidad en cosas reales, en mí.»
Cada día es una nueva oportunidad para ser quien realmente quieras ser. Nunca es tarde para cambiar. ¿Hablamos?
Llámanos al 699 480 480 o si lo prefieres prevencionadicciones@madrid.es
Rocío Rísquez Delgado
Coordinadora Equipo Educación Social del Servicio PAD

