Durante años repasando la eficacia de algunas campañas y programas preventivos, así como sus resultados sobre el impacto en el consumo y las situaciones de riesgo en menores y adolescentes, se rescataban varias ideas y una clara tendencia: Se había gastado mucho dinero y recursos poniendo el foco en el binomio joven-droga y el argumentario que las personas adultas deberían manejar para ayudar a desmontar posibles adicciones. 

Los resultados no acompañaban al esfuerzo y el despliegue de medios, pues de forma fluctuante, las encuestas indicaban que se sostenía el consumo en adolescentes, con picos de bajadas y subidas y además el debut y la iniciación corría el riesgo de ser cada vez más temprano.

Entre los profesionales, la misma duda: ¿En qué nos estábamos equivocando? La respuesta la teníamos delante: “la chavalada” tiende a distanciarse del discurso adulto, por no ser propio, por carecer de códigos de identidad reconocibles… por no hablar “el mismo idioma”. De manera paralela en todos los escenarios posibles donde podíamos observar y acompañar (ocio, tiempo libre, asociacionismo, aulas, deporte) señales inequívocas de la influencia ejercida por el grupo de iguales en jóvenes, muy por encima de la pretendida por el mundo adulto. En un principio, imbuidos por los datos y objetivos, cuesta observar con creatividad y optimismo todas las aristas de un mismo fenómeno. Esa influencia social adolescente se cargaba de tintes negativos, donde las “malas compañías” venían a explicar en parte la aproximación al consumo de drogas y la necesidad, por tanto, de ofrecer alternativas…

Otra vez… ofrecer alternativas, dotar…equipar…

En este punto unas consideraciones obvias, pero pertinentes: La etapa de la vida que llamamos adolescencia es extraordinariamente compleja, plástica y fluctuante; ¿acaso otras etapas en nuestro ciclo evolutivo no lo son? Afortunadamente cada vez nos conocemos más y mejor, y vamos superando ese constructo que nos devolvía la idea adolescente como de seres incompletos en transición a la etapa adulta, donde ya sí serán, mejor o peor, pero serán. 

El rol del adulto hoy que acompaña cambia, y por tanto acepta nuevos retos, sabe desprenderse de funciones y tareas en ese crecimiento mutuo. Que las personas adolescentes prioricen a sus iguales es tan poco amenazante para las personas adultas como el momento en el que dejaron de necesitar pañales. Observarlo de modo amenazante, cargarse con la única responsabilidad cuidadora es asumir un estatus que perpetua relaciones confrontadas. La relación de cuidado y ayuda positiva recae en el reconocimiento mutuo y la aceptación del otro como ser único y con identidad propia. Es decir, se acompaña desde otra perspectiva…la misma que hace que ahora salgan en pandilla los fines de semana y antes con sus padres a los columpios al parque.

Finalmente, también es obvio que hay más jóvenes que no consumen frente a los que lo hacen. Muchísimos más jóvenes sin problemas o riesgo de adicción, que quienes lo sufren y que el fenómeno de las adicciones es mucho más complejo y multifactorial como para reducirlo al grupo de influencia. Pero también resulta evidente que desactivar un consumo o una conducta de riesgo cuenta con más adeptos desde el discurso propio que desde la voz adulta. Insistir que no invalida la función del adulto… al contrario, el reto es cambiar el rol. La meta cambiar el estatus.

Felizmente en los últimos años, evidencias de lo anterior corroboradas en estudios, marcaron la línea de los siguientes programas y planes preventivos. El tan manido empoderamiento perseguía generar escenarios reales para el desempeño pro-activo de jóvenes en todas aquellas dimensiones dónde son y han de ser protagonistas. Se trata de generar conciencia desde el propio análisis de su momento, problemática y contexto. De recoger esa mirada compartida con otras personas jóvenes para ponerle nombre y apellido en clave adolescente, no adulta. Modificar el medio, transformar sus aulas, canchas deportivas, lugares de encuentro como modelo de convivencia y no como una actividad enmarcada en un horario.

Este enfoque ha permitido desarrollar practicas con una metodología basada en la participación real y los ejemplos se han venido desarrollando desde ese rol adulto de acompañamiento favorecedor que el Equipo de Educación Social del Servicio PAD en los CAD (Centro de Atención a las Adicciones) han ido pulsando los últimos años con población joven.

Algunas experiencias significativas las encontramos en terrenos tan diferentes como la educación formal, no formal e informal. La perspectiva del trabajo comunitario y en red permite multiplicar esfuerzos, y generar sinergias para poner en contacto a menores y sus realidades.

En el ámbito de la investigación participada los grupos de menores nos han ofrecido en distintos distritos de la ciudad cuál es su punto de vista en relación, por ejemplo, a los activos de salud. Siendo muy revelador que el mapa resultante es muy distinto al registrado por las personas adultas y pensados “para jóvenes”. Llama la atención como pueden significar que la tienda de chuches, los bancos del quiosco del parque o “la fuentecilla aquella del estanque que me relaja y me da tranquilidad” son escenarios seguros de encuentro y elegidos por la chavalada antes que la propia escuela. Y de nuevo lo realmente válido de ello es el proceso compartido de analizar esa realidad y la voluntad de cambiar. 

El Equipo de Educación Social también ha participado en otras experiencias del territorio informal. En el ámbito del Ocio y Tiempo libre se viene adoptando desde hace tiempo esa función facilitadora, ahora más próxima a promover la auto-gestión en el disfrute de recursos desde el análisis de sus propias necesidades. La red de Espacios PAD Joven son espacios de ocio dónde canalizar sus inquietudes generando procesos participativos grupales que generen actividades de ocio saludable.

En experiencias no formales, el Equipo de Educación Social ha participado los últimos cursos en proyectos como los grupos de Mediación de Conflictos entre iguales en el medio escolar, validando las herramientas de los procesos de comunicación y acercando claves para la interpretación de las situaciones de riesgo a detectar. Varios institutos de secundaria colaboradores contribuyen de ese modo a integrar de manera positiva y real a jóvenes en los planes de convivencia de los centros y son más conocidos por el propio alumnado que su papel en los consejos escolares. Otros ejemplos en el ámbito escolar podrían ser la puesta en marcha de proyectos como “Alumnos mentores” o “acompañantes” que salvan las dificultades de adaptación en los cambios de ciclo o traslados también entre iguales.

Cabe resaltar también el desempeño realizado por el Equipo de Educación Social en la promoción de Agentes de Salud o experiencias como las formaciones para Premonitores de ocio y tiempo libre entre la población joven.

En definitiva, las personas adultas de referencia que trabajamos con menores en los distintos escenarios hemos de tomar conciencia en primer lugar que acompañar ese tránsito al rol adulto requiere esa revisión del propio estatus para favorecer el crecimiento adolescente. Prestar atención a las señales enviadas y tener auténtica voluntad de favorecer cambios. A pesar de que no se presenten en muchos casos en modo y tiempo deseado. 

Como solía decirse, lo importante es que a diario está haciendo la cama, está interiorizando una tarea y asumiendo un rol. No reparemos tanto si dobla correctamente la colcha u olvida ajustar la sábana. Desde Servicio PAD podemos ayudarte, ¿Hablamos? 

Llámanos al 699 480 480 o si lo prefieres prevencionadicciones@madrid.es

Txairo Jurado Pérez

Educador Social del Servicio PAD