Hoy en día vivimos una crisis de autenticidad, fomentada por la era digital, que nos lleva a ir abandonando nuestros valores y adaptándonos a los roles esperados por los demás.
Si se pregunta a adolescentes y jóvenes, incluso a personas adultas, si se consideran auténticos/as, un porcentaje bastante amplio contestara que sí. Pero, en verdad, la realidad que podemos observar dista mucho de esta percepción y cuando se presenta una situación u oportunidad en la que hay que ser coherentes y honestos consigo mismos, parece que la autenticidad está en desuso.
Ser honestos con uno mismo/a y con los demás puede resultar complicado cuando se pone en riesgo nuestra reputación, popularidad, pertenencia al grupo, ser queridos, etc. y se tiende a falsear la identidad, aceptando y adaptándose a las necesidades o normas implícitas del grupo u entorno que se presentan adecuadas o correctas, aunque no lo sean. Nos involucran en contextos que a veces no van de acuerdo a nuestros valores, incurriendo en situaciones de riesgo y cediendo a las presiones de grupo y/o lealtades visibles o invisibles. Ser quien más bebe y fuma, más gracioso, más rebelde, etc. Tengo que cumplir ese rol…
La autenticidad brilla como el oro y aunque la falsedad también brilla, brilla como la bisutería.
Tendríamos que reflexionar si este pseudo brillo, sentirse exitoso, el esfuerzo para lograr esta validación o destacar a los ojos de los demás, a costa del todo vale, lleva a nuestros hijo/as a desarrollar un proceso madurativo adecuado y coherente con su proceso o viven debajo de una máscara en búsqueda del feedback y reconocimiento del entorno, que les aporte esa seguridad anhelada.
Seguir fervientemente las modas o actuar como el grupo sutilmente impone también es un ejemplo de discrepancia con respecto a nuestros verdaderos gustos, pensamientos y comportamientos.
Centrándonos en el plano de la familia, como madres, padres o personas de referencia debemos prestar atención, para fomentar la autenticidad en nuestros/as hijos/as, por un lado a las expectativas, reforzando y gratificando las decisiones y comportamientos adecuados aunque no vayan de la mano con las metas que hayamos fantaseado para ellos o ellas, y por otro lado, limitar la exigencias, para evitar el esfuerzo de agradar y complacer las necesidades y deseos de los demás para tener reconocimiento y cariño, en detrimento de sus verdaderas necesidades y valores, y no incurran en situaciones de riesgo, favoreciendo la adecuada toma de decisiones en base a su auténtica personalidad, y puedan desprenderse de esa mascara complaciente que les roba la autenticidad.
Laura González Torija
Psicóloga y Orientadora Familiar del Servicio PAD