En nuestra sociedad, el alcohol está tan integrado en la vida cotidiana que parece sorprendente cuando alguien elige no beber. No solo viene la presión del círculo cercano; incluso camareros/as o personas desconocidas cuestionan decisiones tan simples como pedir un café a media tarde, mientras que pedir una cerveza a esa hora se considera completamente normal. Esto revela hasta qué punto beber alcohol se ha convertido en lo “esperable”.
La presión aumenta todavía más cuando una persona ha bebido durante años y decide dejarlo. En vez de celebrarse como un gesto de autocuidado, esa decisión genera interrogatorios: “¿Qué te pasa?”, “¿Por qué ya no bebes?”, “¿Estás enfermo/a?” Mucha gente busca una causa oculta, un problema, un disgusto o incluso una enfermedad antes que aceptar que alguien quiera simplemente mejorar su salud o sentirse mejor.
Se olvida que el alcohol es una sustancia que afecta al cuerpo, al estado de ánimo y a la estabilidad emocional. Dejar de beber nunca debería ser cuestionado; debería inspirar apoyo.
Para una persona adulta con una autoestima basada en la experiencia, estas situaciones pueden gestionarse, aunque resulten incómodas. Pero para una adolescente, que aún necesita sentirse incluida y validada por el grupo, esta presión puede ser especialmente peligrosa. Si ya es difícil decir “no” cuando apenas conoces tus propios límites, mucho más cuando tu entorno responde con extrañeza o burla ante la decisión de no beber. Esa necesidad de encajar puede llevar a consumir alcohol sin desearlo realmente.
Por eso es clave replantearnos qué consideramos normal. No beber no debería exigir explicaciones. Cuidarse no debería despertar sospechas. Y acompañar a alguien que decide apartarse del alcohol debería ser motivo de apoyo, no de interrogatorio. Normalizar la libertad de elegir es el primer paso para reducir una presión social que sigue siendo invisible, pero que afecta profundamente, especialmente a los/las más jóvenes.
Por eso, nuestro trabajo con jóvenes es esencial. A través del acompañamiento, las dinámicas, el vínculo y el ejemplo, ayudamos a fortalecer su autoestima y a que construyan una identidad sólida, independiente de la opinión ajena. Cuando trabajamos la autoestima, les damos herramientas para poner límites, reconocer lo que les hace bien y sostener sus decisiones incluso cuando el grupo presiona.
En este proceso, no solo les enseñamos a decir “no”, sino a entender que no necesitan justificarlo, que su bienestar vale más que encajar, y que cuidar de sí mismos/mismas es un acto de madurez, no de rareza.
Mireya de la Torre Lahera
Técnica de Integración Social del Servicio PAD

