La humanidad ha podido presenciar, en las últimas décadas, dos revoluciones globales de enormes dimensiones: la primera de ellas, en los años finales del pasado siglo, fue la popularización y el acceso sin restricciones a Internet. Con la incorporación de módems en los hogares, las personas tuvieron acceso a volúmenes ingentes de información, acceso a contenidos y modalidades de comunicación impensables en épocas anteriores. Pero, poco después, a mediados de la primera década de este siglo, sobrevino la segunda gran revolución: la conversión de los teléfonos móviles en plataformas que proporcionan el acceso a un inmenso número de posibilidades mediante un aparato que puede llevarse en un bolsillo. Desde entonces, objetos que antes saturaban los hogares, o requerían inversiones monetarias importantes, o que obligaban a buscar un terminal informático para accederlas, se encuentran ahora en un pequeño aparato que cabe en una mano.
Desde una enciclopedia, hasta la prensa del día (¡actualizada al instante!), o todos los discos que antes llenaban estanterías, o programas de televisión consumidos a la carta, o libros en formato electrónico, o películas, o el acceso a todos los apuntes del curso, o la radio, o el despertador, o la agenda de citas, o la información meteorológica o del estado del tráfico al segundo; todo cabe en una mano. Pero también juegos, música novedosa intercambiable, grabadora de sonidos, identificadores de canciones, acceso al banco y a pagos, posibilidad de compras inmediatas, etc. Y, sobre todo, sistemas de comunicación instantánea con cualquier lugar del mundo, correo electrónico inmediato, programas tipo WhatsApp, redes sociales. Todo cabe en una mano.
Y todo ello ha sucedido casi repentinamente. De modo inadvertido, el móvil se ha ido llenando de nuevas oportunidades de ocio, información y comunicación, hasta el punto de haberse convertido en el eje central e imprescindible de la gran mayoría de los seres humanos. También de los más jóvenes, pero no sólo de ellos. Los adultos necesitan tanto o más que los jóvenes de su terminal móvil para infinidad de cuestiones de la vida diaria. Cuestiones laborales, comerciales, lúdicas, comunicativas. La revolución es global.
Mientras todo ello acontecía, los adultos apenas eran conscientes de que su vida había cambiado irremediablemente, pero que también estaba cambiando la de los jóvenes a su cargo. Cuando pudieron volver la vista atrás encontraron a adolescentes y jóvenes que hacían un uso permanente y aparentemente invasivo de esos aparatos. Los adultos empezaron a sorprenderse de que sus hijos eran incapaces de separarse un solo minuto de sus teléfonos móviles, que los usaban en cualquier espacio, en el colegio, en los recreos, frente a la televisión, en reuniones familiares, sentados a la mesa, o cuando se iban a la cama. Se sorprendieron cuando comprobaron que sus hijos no cesaban de hablar, mediante lenguaje escrito, con amigos a los que acababan de ver, con los que habían compartido casi todo el día antes, pero también con otros que se encontraban a grandes distancias. ¿Qué les estaba pasando a sus hijos?
En la sociedad actual, en la que todo tiende a “psiquiatrizarse” se empezó a hablar pronto de “adicción al móvil”, como una “patología” que afectaba especialmente a los más jóvenes, y que ponía en riesgo su capacidad para relacionarse en el mundo real, para estudiar o para incorporarse plenamente a un mundo laboral cada vez más problemático.
Sorprendentemente, muchos de quienes denuncian o estudian la “creciente adicción al móvil” de los más jóvenes mantienen un patrón de uso tanto o más intenso que ellos. Probablemente, el adulto lo utilice para actividades más relacionadas con la obtención de información, para comunicaciones que afectan a su actividad laboral o para interacciones breves con otras personas. Pero probablemente sentirían la misma ansiedad que el joven si se hubieran dejado el aparato en casa y, con toda seguridad, volverían a por él.
¿Cuál es la diferencia entre el uso que hacen los adultos y el que hacen los más jóvenes de los móviles? Los adultos, en general, disponen de más criterios, mayor capacidad de restringir o limitar su uso, y muchas otras responsabilidades que compiten con la utilización del móvil. Los jóvenes carecen en gran medida de esos límites, que sólo van adquiriendo mediante un proceso madurativo y que van consolidando mediante la educación. Y probablemente éste es el problema que afrontamos: los límites entre el uso y el abuso del móvil son una cuestión educativa en la que los mayores no han podido intervenir porque los hechos han sucedido a gran velocidad y se han sentido arrastrados por una corriente torrencial en igual medida que los jóvenes.
En efecto, la cuestión de los límites entre uso y abuso de los móviles es, en último término, un problema educativo. Y el punto de partida para abordarlo adecuadamente es admitir sin temores que los móviles han llegado para quedarse, y que probablemente en poco tiempo ofrezcan cien veces más de lo que ofrecen en el momento actual. Y que es algo que, en primer lugar, enriquece nuestra vida, pero que inevitablemente comporta riesgos que es necesario identificar y abordar. Y que esos riesgos son tanto más graves cuanto más vulnerables son los usuarios, ya sea por inmadurez o por otro tipo de problemas, por ejemplo, emocionales. Y, principalmente, que al igual que es preciso aprender a manejar un coche, los más jóvenes deben aprender a manejar un móvil, lo cual implica un proceso educativo, que corresponde a la familia y a la escuela. Establecer límites sobre tiempos de uso, espacios en donde puede usarse o no, evitar interferencias con otras actividades de la vida diaria, compaginarlo con otras alternativas de ocio. En último término, trabajar en valores. Y todo ello sin “patologizar” a las personas y sin “demonizar” a los aparatos.
Quizá la escuela y los organismos públicos deban atender prioritariamente a la formación de los padres, de modo que las próximas generaciones aprendan a hacer un uso más fructífero y responsable de los móviles. Y quizá, no lo descarten, esta formación deba hacerse a través de aplicaciones de móvil. Es el mundo en que vivimos, lleno de oportunidades y de riesgos.
Y recuerda, si no puedes hacerlo solo o sola, en Servicio PAD, prevenimos y tratamos las adicciones en adolescentes y jóvenes del consumo de alcohol y/u otras drogas, del uso abusivo de la tecnología o con riesgos o problemas asociados al juego de azar.
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Eduardo J. Pedrero Pérez
Doctor en Psicología