Me gustaría empezar planteando una realidad que nos encontramos en el trabajo que realizamos como equipo de prevención en el Servicio de Prevención de Adicciones de Madrid Salud: las personas que acuden a intervención son mayoritariamente adolescentes hombres.
¿Esto quiere decir que las adolescentes de 12-24 años (edades que atendemos en intervención individual) no presentan un uso abusivo de las pantallas, consumo de sustancias, juegos de azar o apuestas deportivas?
Las estadísticas (ESTUDES 2021) dicen que las mujeres de estas edades también realizan estas conductas, las cuales tienen en común que pueden llegar a ser adictivas. No me gustaría quedarme solo en las estadísticas, sino incluir, también, desde la experiencia profesional diaria, tanto en sesiones grupales en el ámbito educativo y comunitario, como en intervención individual con adolescentes y con sus familias, que coincide con los datos: las chicas también hacen uso abusivo de la tecnología, también consumen cannabis, alcohol y psicofármacos y también apuestan.
¿Qué puede estar pasando para que, aunque las adolescentes caigan en estas conductas, no lleguen a los servicios de prevención de adicciones en la misma medida que los adolescentes hombres?
¿Es más difícil apreciar cuando ellas están en riesgo? ¿Les cuesta más pedir ayuda? ¿Expresan lo que les pasa de manera diferente a los chicos? ¿Parece de menor gravedad en ellas? Seguramente sea un cúmulo de todas estas circunstancias.
Por lo tanto, desde Servicio Pad os recomendamos:
– Fomentar la comunicación con nuestras hijas, ya que pueden tender a no expresar lo que les está pasando. Cuando me refiero a expresar no me refiero solo a no hablar, sino también otras formas de comunicación no verbal como enfados, dar golpes, retar o enfrentarse a los padres y madres.
– Ser constante en compartir tiempo en familia, ya que es el mejor momento para mejorar la comunicación y el vínculo entre los miembros de la familia.
– Fijarnos en cambios en su forma de comportarse, por ejemplo: pasa de ser muy comunicativa a no querer hablar con nadie. La adolescencia lleva implícito un distanciamiento de los padres para formar la propia identidad y habilidades frente al mundo, pero no una ruptura total con las personas que me rodean.
– Observar no solo conductas agresivas, como insultos, golpes o rebeldía como preocupantes sino también que no exprese opiniones, emociones o intereses propios. O se la ve más apagada o triste.
-Enseñarle a pedir ayuda en caso de considerarlo necesario o de “no sentirse bien” sin saber concretar por qué. Si lo que ven es que los padres/madres o adultos que les rodeamos no reconocemos nuestros errores y no pedimos o aceptamos ayuda de los demás, nuestros hijos/hijas van a aprender que no hay que pedir ayuda, que esto sería signo de debilidad o de poca autonomía, cuando todas las personas necesitamos ayuda en algún momento.
– Analizar el peso emocional que pueda estar viviendo, ej: ser cuidadora de sus hermanos o hermanas, ser la “buena”, “estudiosa”, “obediente”, la que más ayuda a los padres, la mediadora, la que toma buenas decisiones. Ya que esto supone, como decía, un peso cuando tus conductas se salen de esa imagen que te pueden estar inculcando sin saberlo.
– Contacta con un profesional en caso de duda.
Aunque estas pautas se pueden aplicar tanto a adolescentes chicas como chicos, me gustaría remarcar que es importante observar a las adolescentes, ya que, por algún motivo, se está detectando menos cuando tienen un problema asociado a prevención de adicciones o se detecta, pero no llega a recibir la atención que necesitaría.
Si tienes dudas puedes ponerte en contacto con nosotros/as en el teléfono del Servicio PAD.
Mariana Miracoli
Psicóloga y Orientadora Familiar del Servicio PAD