Como todos los años, en torno al #DíaInternacionalDeLaMujer, que se celebra el 8 de marzo, se intensifica el debate público sobre el camino que aún queda por recorrer para alcanzar la igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres, un reto en el que nuestras adolescentes de hoy están llamadas a jugar un papel fundamental en este siglo XXI. El planteamiento sobre el que propongo reflexionar en estas líneas es qué pensamos como madres y padres cuando una de esas adolescentes activista en el feminismo es nuestra hija.

Si tememos que su activismo pueda sumarse a la lista de preocupaciones que la etapa de la adolescencia trae consigo para los progenitores, yo os animo a dejar atrás los temores y valorar las ventajas de tener en casa a una adolescente feminista. Aquí os apunto algunas de ellas:

  • Fomenta el pensamiento crítico. Cuestionarse el porqué de las cosas y qué significan determinadas tradiciones, como analizar, por ejemplo, si es o no micromachismo el hecho de que un chico te ceda el paso o te sujete la puerta, contribuye a desarrollar la conciencia crítica.
  • Estimula la autoestima y la autonomía. “Porque yo lo valgo” no sólo es un lema propagandístico. Defender que las mujeres somos capaces de hacer realidad nuestras aspiraciones y que, por lo tanto, solo hay que proponérselo, trabajar duro y superar obstáculos tiene como consecuencia el empoderamiento individual y una mejor imagen de sí misma.
  • Favorece la solidaridad y la ayuda mutua. Defendamos una de esas palabras preciosas que surgen de este movimiento: “sororidad”, que significa amistad, reciprocidad y apoyo entre mujeres, entre hermanas. Abajo con el estereotipo de que las mujeres somos envidiosas, criticonas y lobas…
  • Potencia el asociacionismo, la colaboración. Pertenecer a grupos de iguales que buscan objetivos comunes (por ejemplo, el colectivo feminista que está surgiendo entre jóvenes de San Blas) desarrolla redes no solo virtuales, con todas las ventajas que en estas edades tiene el pertenecer a grupos e identificarse con ellos.
  • Desarrolla valores como la igualdad, la libertad, la defensa de los derechos civiles y sociales… No voy a descubrir las consecuencias positivas de la educación en valores.
  • Es un buen ejemplo para hermanos, primos, tíos, padres, abuelos, pero también para otras mujeres a las que aún cuesta no repetir determinados estereotipos.
  • Es un factor de protección muy valioso frente a la violencia de género, el abuso sexual, la sexualización temprana, las adicciones o el uso inadecuado de las redes sociales.

En definitiva, os animo a fomentar esa actitud crítica revisando nuestros prejuicios, cuestionando los mensajes que damos a nuestras hijas, favoreciendo que compartan y dialoguen en torno al feminismo. Si contamos con el apoyo de la escuela (yo tengo esa suerte), nuestras hijas conocerán a pintoras, escritoras, músicas, matemáticas, científicas, filósofas, y no permitirán que nadie les diga que no pueden hacer esto o aquello, o que algo no es para ellas, sólo por el hecho de ser mujeres. Como familia, nos beneficiaremos de las consecuencias positivas de este posicionamiento. Como madre, siento orgullo cuando mi hija de 17 años defiende estos valores. Como mujer, entiendo que no puede ser de otra manera.

¡¡Feliz día 8 de marzo!!

María Pérez López

Jefa del Servicio de Atención Integral de Adicciones