Una chica de 15 años cruza a toda velocidad con su skate una glorieta entre los coches sin medir el peligro que corre…

Coco ha asistido a varios talleres de educación afectivo-sexual, pero “pasa” de usar preservativos… 

Isra dejará una vez más los estudios porque se aburre…  

A Macu no le gusta beber, pero cada “finde” acaba haciéndolo por no ser la “rara”…

 

Así ven y perciben el mundo las personas adolescentes, de forma particular, sin valorar los riesgos, pero no solo con el consumo de sustancias, las TIC o los juegos de azar, sino la vida en general.

 

Ante la mirada adulta, a los/las adolescentes se tiende a verlos como personas rebeldes, contestatarias, irresponsables, impulsivas… Y estos son algunos de los calificativos “adultos” para referirse a las personas adolescentes cuando no saben interpretar de otra manera sus conductas,  pero esto tiene una explicación y es que se debe a su propio momento evolutivo.

 

Hasta hace poco, la ciencia decía que su cerebro estaba aún imperfecto, “en obras”, pero hoy sabemos que el funcionamiento cerebral adolescente no es un error biológico. Su cerebro es un órgano infantil, en construcción, hasta que se convierta en cerebro adulto. Su capacidad de razonamiento y su inteligencia se está construyendo, está en desarrollo. Esto favorece que sean esponjas para el aprendizaje, el pensamiento y la socialización. Si la persona adolescente no ve los peligros, en su peculiar cerebro ¡está la respuesta!

 

El cerebro está compuesto por muchísimas neuronas, sumamente importantes, que trabajan de manera conjunta para ayudarnos a razonar, a memorizar, a sentir, etc. controlando los movimientos voluntarios, el habla, la inteligencia, la memoria, y las emociones. Las relaciones familiares y el acercamiento estrecho con los iguales, son de los puntos donde se es más vulnerable. Además, es un campo de batalla entre razón y emoción, una dicotomía entre lo que conviene y lo que apetece, la euforia y el abatimiento.

 

Por un lado, está el sistema límbico que regula las emociones, especialmente el miedo y la ira, y responde de manera inmediata y sin filtro a los estímulos externos e internos. Por otro, un bombardeo y “baile” de hormonas ya desde la preadolescencia que altera el comportamiento y es responsable de la maduración sexual. Y también en este “menú” entran la adrenalina y noradrenalina, que contribuyen a la agresividad y saltos emocionales. ¿Algo más?…

 

Por último, está la corteza prefrontal que planifica el comportamiento, prevé consecuencias, elige recuerdos, regula la conducta social, frena los impulsos procedentes del sistema límbico… es decir, ayuda a reflexionar antes de actuar. ¡Ojo! No alcanza su plenitud hasta los 25 años aproximadamente… lo cual los expone a un mayor riesgo de tomar decisiones inadecuadas, como es la posibilidad de iniciarse en el consumo de sustancias.

 

Por tanto, si a este proceso complejo, se le añade una sustancia más, puede tener una serie de consecuencias que afecta a su desarrollo durante la adolescencia y puede causar cambios e influir en su cerebro.  El consumo de sustancias afecta de manera muy relevante y perjudicial al cerebro causando una destrucción de neuronas, importantísimas en esa etapa de la vida.

 

¿Qué pasa cuando hay un descontrol y un aumento de esta sustancia?

 

Una de las sustancias que se genera es la dopamina. Algunas de las funciones de la dopamina en nuestro cerebro, son la cognición, la actividad motora, la motivación, las ganas de hacer cosas, el sueño, el estado de ánimo, la atención, es la sustancia de la felicidad, del placer. Generamos dopamina de manera natural cuando comemos, hacemos deporte, cuando mantenemos relaciones sexuales, cuando tenemos sed, etc. Este «centro del placer» en los adolescentes libera más dopamina respecto de una persona adulta, por lo que, alcanzar la recompensa, tiene más peso que la previsión del riesgo. El consumo hace un cortocircuito en este proceso.

 

De alguna forma, el consumo de sustancias secuestra y piratea dicho circuito del placer, y consigue que la persona aprenda y quiera realizar más consumos, así como a mantener en su memoria estímulos e ideas para seguir consumiendo. De esta forma, el circuito de recompensa encuentra reforzadores tanto naturales, como artificiales (como las drogas). Esta misma vía, parece ser común para otro tipo de adicciones, como son al juego de azar, videojuegos, sexo, compras, etc.

 

¿Y por qué las drogas son más adictivas que las recompensas naturales?

 

Cuando hay un consumo de sustancias nuestro cerebro produce sustancias que  intentan paliar o compensar dopamina a lo “loco“, sin control, de manera artificial. Cuando tenemos un exceso de dopamina, nuestro cerebro sufre y a la larga esta hormona puede producir manías, alucinaciones e incluso desarrollar una esquizofrenia (hay personas que están predispuestas a desarrollar esta enfermedad).

 

Cuando se consume drogas se puede llegar a liberar entre 2 a 10 veces más de cantidad de dopamina que cuando se obtiene de manera natural, por ejemplo cuando estamos haciendo algo que nos gusta (recompensa positiva).  ¿En qué puede repercutir esto?… en poder desarrollar una adicción, ya que nuestro cerebro está “encantado” con la dopamina extra que le está llegando y se acostumbra a esas cantidades por lo que conlleva que cada vez te pida esa sustancia para satisfacer su necesidad y posiblemente más cantidad para conseguir el efecto deseado. Los efectos resultantes sobre el circuito de recompensas del cerebro son gigantescos en comparación con los producidos por los comportamientos naturales de placer. El efecto de una recompensa tan poderosa motiva fuertemente a la gente a consumir drogas una y otra vez…

 

¿Qué le pasa al cerebro adolescente si continua consumiendo drogas?

 

Para el cerebro, la diferencia entre las recompensas naturales y las recompensas producidas por las drogas, se puede comparar metafóricamente entre alguien que susurra al oído y alguien que grita con un micrófono. Así como rechazamos el volumen demasiado alto de la música, el cerebro se ajusta al exceso de “volumen” (dopamina) produciendo menos dopamina o disminuyendo el número de receptores que pueden recibir señales. Resultado: el impacto de la dopamina sobre el circuito de recompensas del cerebro de una persona que consume drogas puede llegar a ser anormalmente bajo, y se reduce la capacidad de esa persona de experimentar cualquier tipo de placer. Así, una persona que abusa de las drogas se siente aplacada, sin vida y deprimida, y es incapaz de disfrutar de las cosas que antes le resultaban placenteras. Ahora, la persona necesita seguir consumiendo drogas una y otra vez sólo para tratar de que la función de la dopamina regrese a la normalidad, lo cual solo empeora el problema, como un círculo vicioso. Además, la persona a menudo tendrá que consumir cantidades mayores de la droga para conseguir el efecto deseado (fenómeno de la dopamina alta, conocido como tolerancia).

 

Desde el Servicio PAD, acercamos y dotamos a adolescentes y jóvenes de información veraz, sin tapujos. Les señalamos los riesgos y damos a conocer la afectación que causa el consumo de drogas en el cerebro, especialmente en esta etapa vital en la que comprometen y ponen en riesgo su desarrollo madurativo. Reflexionamos con ellos y ellas, para generar conciencia de riesgo y fomentar y despertar su actitud crítica como herramienta preventiva frente al consumo de sustancias, con el objetivo de trabajar muchas de sus esferas y áreas, buscando su equilibrio y generar el cambio en su vida frente a las adicciones con y/o sin sustancia.

 

Txairo Jurado Pérez y Sonia Baza Martínez

Educadores Sociales de Servicio PAD