Cuando nos encontramos en una situación en que el estrés o algún conflicto con nuestros hijos e hijas nos desborda y no sabemos cómo hacerle frente, se puede sentir que no se tienen herramientas y no llega la posible inspiración de cómo resolverlo. El cerebro se estruja pensando una posible solución e iniciamos un sinfín de acciones como intento de que una sea la acertada y la situación cambie como con golpe de varita mágica.

Podemos rozar la desesperación y querer tirar la toalla, van perdiendo sentido todos los intentos que realizamos y caemos en la resignación o en la acción compulsiva:

Ahora le hablo, ahora no le hablo, ahora le castigo con esto, ahora con aquello, durante poco tiempo, durante mucho tiempo, le pongo hacer tareas, le saco el tema, no, mejor no para no generar conflicto, le refuerzo, o mejor le señalo las faltas, le quito el móvil, le apunto a un gimnasio, no le dejo salir... etc.

Si te das cuenta que estás en este punto, es el momento idóneo para dar un paso atrás y aplicar el refrán que tan bien puede venirnos en esos momentos: “Vístete despacio que tengo prisa”.

Tenemos que permitirnos dejar un margen a nuestro pensamiento, dar un descanso a nuestras emociones. Se puede sentir entonces que se está siendo permisivo con la situación, que se deja estar y en verdad nada tiene que ver con eso, al contrario, estamos permitiendo la posibilidad de cambio, de que nos llegue la inspiración de cómo actuar, de poder manejar mejor las situaciones sin que la premura se apodere de nosotros/as.

A veces en complicado parar, ir más lento porque queremos que el cambio sea ¡YA!

Todo sale mal porque no podemos mantener el corazón tranquilo y la mente serena, el tiempo parece pasar mucho más deprisa y cualquier intento falla. De repente, tras ésta nueva actitud profunda, pues no puede ser un cambio superficial de puertas para fuera, hay que sentir clara y realmente que damos ese paso atrás, la percepción de nuestras capacidades incrementa y podemos aplicar soluciones más creativas, conciliadoras y eficaces.

También es un buen ejemplo que podemos dar a nuestros hijos/as, de cómo actuar ante las adversidades, porque de eso se trata y de lo que ven aprenden.

 

Laura González Torija

Psicóloga y Orientadora Familiar del Servicio PAD