Cuando hablamos de educación y crianza, siempre se pone especial énfasis en todo lo que las madres y padres tenemos y debemos hacer para ser “la familia perfecta” y educar “bien” a nuestras hijas e hijos. Se nos exige tener un buen manejo emocional, ser un modelo adecuado, intentar ser coherentes, respetuosas/os, sensibles, estar atentos/as, responsables, etc. Todas ellas son habilidades necesarias, pero que tienden a poner sobre nuestros hombros todo el peso de la educación y cuidado, llevándonos a olvidarnos de nosotras y nosotros mismos. Sin embargo, nuestro bienestar personal es vital para la salud de nuestra familia.

Somos personas con una vida propia diferente al ejercicio de la parentalidad, quizás cada vez más acotada, pero muy necesaria. Si dedicamos todo nuestro tiempo y energía a las obligaciones parentales, terminará apareciendo el cansancio, el agobio, el agotamiento y la desmotivación. La mayoría de personas, alguna vez nos hemos sentido así, agotadas/os en la crianza y, de paso, culpables ante la exigencia propia y ajena de hacerlo bien.

Si dejamos que esta tarea tan gratificante, pero tan compleja y exigente, invada todos nuestros espacios, y no cuidamos nuestras necesidades, se verá afectado nuestro equilibrio emocional, que es fundamental para poder cuidar de nuestra familia, y, por lo tanto, se verá afectado el bienestar de nuestra familia. Cuando un espacio que debería ser de disfrute, como es la crianza de nuestras hijas e hijos se convierte en un espacio estresante, se ve comprometido nuestro bienestar y también nuestra capacidad para criar a nuestros hijos e hijas  de forma sensible. Si permites que el estrés parental te invada te perderás  en las preocupaciones, miedos, angustias, rabias y en el cansancio cotidiano, centrándote en la dificultad y los malos momentos. Probablemente perderás la capacidad para conectar afectivamente con las necesidades reales de tus hijas/os, y perderás sensibilidad para desarrollar estrategias efectivas y afectivas a situaciones que son complejas, reaccionando de modo poco eficaz y traspasando ese estrés a nivel familiar.

Para poder seguir teniendo paciencia, poder ofrecerles siempre la mejor versión de nosotras y nosotros mismos, enfrentarnos a las pequeñas crisis familiares cotidianas, solucionar los conflictos del día a día y tratarles con respeto en todo momento, necesitamos dedicarnos algo de tiempo para cuidarnos. Si queremos que nuestra convivencia familiar sea positiva y feliz, tenemos que comenzar por ser madres y padres felices.

Para ello es importante construir un espacio distinto al de la parentalidad, de cuidado personal, y para ello te ofrecemos algunos consejos:

 

  • Favorecer el ejercicio de la coparentalidad. Coordinarnos y sintonizar para compartir la responsabilidad de la crianza y educación de nuestras hijas e hijos con nuestra pareja, familiares, amigos, etc., es un paso fundamental para potenciar el autocuidado. La crianza se desarrolla en una comunidad, y no pasa nada por pedir ayuda a “nuestra tribu” para poder disfrutar de nuestro “tiempo personal”.

 

  • Reconocer nuestras propias necesidades. Cada persona y familia tiene necesidades diferentes y es importante saber cuáles son: descanso, relax, contacto social, ocio, etc. Es importante saber y verbalizar cuáles son las nuestras, y buscar el modo de satisfacerlas dentro de nuestro contexto y sobre todo sin culpas.

 

  • Aprende a desarrollar y gestionar una buena autoestima parental. Practica a diario el maravilloso ejercicio de reconocer lo bien que lo haces, reconoce tus esfuerzos y recursos, tus logros más que centrarte sólo en tus debilidades.

 

  • Quítate de encima la culpa. El autocuidado no es un acto de egoísmo, más bien todo lo contrario. Aunque seas madre o padre, el autocuidado es sinónimo de bienestar y estabilidad emocional. Algo que tu familia necesita de ti. Conocerse bien a sí misma/o y saber cuáles son las cosas que nos gustan y nos hacen sentir mejor, es un síntoma de madurez y responsabilidad, dos aspectos esenciales que debes potenciar en tu labor de crianza.

 

  • Ofrecer a tu familia la posibilidad de crecer observando un sano ejemplo de autocuidado es algo muy positivo, ya que les resultará una habilidad muy útil de aprender para aplicar en su vida adulta. Al fin y al cabo, como decía María Montessori: “No te preocupes porque tus hijos no te escuchan, ellos te observan todo el día”.

 

 

Rocío Gangoso Vega

Psicóloga y Orientadora Familiar del Servicio PAD