Una de las tareas fundamentales que abordamos como padres es proteger a nuestros hijos. Les protegemos de peligros reales, de peligros futuros que juzgamos probables y hasta de nuestros propios miedos. Al sentir temor ante alguna situación es muy difícil no transmitírselo a quienes más queremos, y mucho más cuando el bienestar de esas personas queridas es percibido como una responsabilidad absolutamente nuestra. No hay nada malo en preocuparnos por la seguridad de nuestros hijos y tratar de evitar posibles riesgos, pero a veces nos excedemos en el desempeño de esta tarea, cayendo en la sobreprotección. Es fácil atravesar la delgada línea que separa el cariño y la educación de la sobreprotección, pero debemos ser conscientes de que no es una respuesta adecuada a sus demandas o necesidades afectivas y educativas, sino que, al contrario, entorpecemos su proceso de crecimiento.

En ocasiones, nuestra misma angustia nos impulsa a rescatarles de todo tipo de situaciones complicadas y a resolver sus problemas, sin tener en cuenta la importancia  para nuestros hijos de aprender de sus propios errores. Un exceso de protección dificulta que asuman los deberes, libertades y responsabilidades propias de su edad. La intención de los padres es que hacerles la vida más fácil, más cómoda, más feliz, y sobre todo exenta de problemas y riesgos. Sin embargo, sin darnos cuenta y amparándonos en nuestro deseo de evitarles cualquier frustración o sufrimiento, estamos frenando el desarrollo de su autonomía y su independencia. Proteger significa permitir que exploren, que experimenten, que se equivoquen e incluso en ocasiones que sufran, pero sobre todo que sientan que pase lo que pase sus padres están para ayudarles.

Nuestros hijos necesitan experimentar, ponerse a prueba y darse cuenta de lo que pueden hacer por sí mismos. Es así, enfrentándose a situaciones nuevas, como podrán adquirir las estrategias necesarias para desenvolverse en la vida. Cuando les impedimos enfrentarse a sus problemas cotidianos, inevitables, impedimos que desarrollen estrategias de afrontamiento. Los convertimos en dependientes, incluso para aquello que pueden hacer por sí mismos. María Montessori decía: “Cuando le ahorras a un niño un esfuerzo que él puede hacer, cuando le ayudas más de lo que necesita, estás impidiendo que crezca”.

Es fundamental permitir a nuestros hijos, especialmente en la etapa adolescente, enfrentarse de forma natural, sin miedo, a situaciones propias de su edad y para las que están capacitados. Favorecemos así que se conviertan en adultos seguros de sí mismos, autónomos, con iniciativa y estrategias para enfrentarse a todo lo que sucede a su alrededor. Cuando cruzamos la línea de la sobreprotección también exponemos a nuestros hijos a otros riesgos: inseguridad, dependencia emocional y en la toma de decisiones, y dificultades para resolver conflictos y satisfacer sus propias necesidades. Si no les permitimos crecer, se convertirán en personas vulnerables, influenciables, inseguras, con baja autoestima y escasa confianza en sí mismos, y por lo tanto en personas infelices.

Claves para evitar la sobreprotección:                                                      

  • Permite que tu hijo se enfrente a sus dificultades y problemas para que aprenda a ser una persona autónoma y segura de sí misma.
  • Ayúdale a pensar por sí mismo. El diálogo será la base para desarrollar una actitud crítica y criterios propios. La comunicación no debe centrarse sólo en hablarles, es muy importante escucharles.
  • Establece límites a sus deseos. Todo lo que pide no es todo lo que necesita. Intenta conjugar estos límites con mucho afecto. En la etapa adolescente la negociación será una estrategia fundamental.
  • Establece con ellos una vinculación que les ofrezca estabilidad y seguridad, pero que no genere dependencia.
  • Potencia el que aprenda a tolerar las frustraciones cotidianas y enséñale siempre que lo que merece la pena en la vida requiere esfuerzo.

La mejor forma de protegerles es prepararles para el camino que tienen que recorrer, no recorrer el camino por ellos. No aprendemos por las experiencias de otros, sino que debemos vivir las nuestras para crecer y madurar.

Y recuerda, si no puedes hacerlo solo o sola, en Servicio PAD, prevenimos y tratamos las adicciones en adolescentes y jóvenes del consumo de alcohol y/u otras drogas,  del uso abusivo de la tecnología o con riesgos o problemas asociados al juego de azar.
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Rocío Gangoso

Psicóloga y Orientadora Familiar Servicio PAD