Cuando la familia se encuentra con que alguno de sus miembros pasa por esa etapa vital tan compleja como es la adolescencia suele producirse en ocasiones una situación de confusión y desorientación. ¿Qué ha pasado con mi hijo y con mi hija? Sí, son muy maravillosos y maravillosas, pero, de pronto, se están transformando en unas personas diferentes, en donde había comunicación y facilidad de compartir espacios en familia y momentos juntos, ahora tienden al aislamiento, al hermetismo y en algunas ocasiones, al distanciamiento…

Dentro de las dificultades que supone esta etapa en el desarrollo de la persona, aparecen ciertos riesgos en cuanto a su manera de descubrir el mundo y de relacionarse con él desde su personalidad todavía no plenamente formada como persona adulta. En el proceso de descubrimiento del mundo y de adquisición de las herramientas que le serán necesarias para enfrentarse a la vida de adulto, tienen que gestionar ciertas situaciones que pueden suponer ciertos riesgos. Nos referimos a la posible aparición de alguna conducta adictiva y con este concepto vamos a incluir tanto la posible aparición de conductas adictivas que suponen el consumo de una sustancia, como, por ejemplo: alcohol, tabaco, cannabis, psicofármacos sin receta, etc.), como las conductas que se denominan comportamentales o sin sustancia como, por ejemplo: los videojuegos o los juegos de azar con recompensa económica.

Cuando nos encontramos con esta situación, ¿qué se puede hacer desde la familia?

Es interesante poder hacer un ejercicio de calma, de observación con la paciencia necesaria que nos permita tomar las decisiones que nos sean más útiles al respecto sin dejarnos llevar por la emoción del momento, por la incertidumbre, por el miedo o la preocupación excesiva. Una de las claves que trabajamos en la prevención es intentar anticiparnos y actuar lo antes posible, con la idea de poder ayudar a gestionar estos riesgos y evitar que la situación se pueda ir complicando. Sin minimizar los riesgos acudiendo al típico argumento de que es normal o todo el mundo lo hace. Analizando en qué momento vital nos encontramos y con qué energías contamos para actuar.

Así pues, dotándonos de una buena ración de paciencia y comprensión podemos intentar asumir la parte de responsabilidad que nos corresponde como personas adultas de referencia y dar algunos pasos en la dirección que creemos que pueden ser efectivos:

– Asumir un papel activo en la prevención lo que puede suponer: observar, supervisar (dando la dimensión ajustada) y en esencia, educar.

– Buscar el momento adecuado en que sea posible la comunicación intentando conseguir una escucha activa y sincera.

– Promover los recursos personales de adolescentes y jóvenes: fomentando la autoestima, la toma de decisiones, el autocontrol, la asunción de responsabilidades.

– Marcar horarios y normas de convivencia claras y firmes, que sean negociadas y consensuadas según su desarrollo madurativo.

– Favorecer las alternativas de ocio saludable y fomentar en la medida de lo posible el tiempo compartido en familia.

– Reflexionar sobre el papel que se está desarrollando como referentes y modelos y los mensajes que se están lanzando. También teniendo en cuenta nuestra manera de actuar y de gestionar las emociones.

– Buscar ayuda profesional para tener información de cómo actuar, que pasos seguir, que pautas desarrollar.

En este camino que supone el convivir con una persona adolescente a lo largo del proceso de desarrollo madurativo que le llevara a la edad adulta pueden surgir retos que afrontar, como la posible aparición de conductas adictivas. La familia no está sola en este proceso cuenta con el apoyo de los profesionales del Servicio de Prevención de Adicciones que están a su disposición para ayudarles en todo lo que esté en su mano para favorecer que este se desarrolle de la mejor manera posible.

Mucho ánimo, estamos para ayudar.

César Gil Ballesteros

Psicólogo y Orientador Familiar del Servicio PAD