Si tenéis niños pequeños, seguro que os vais a sentir identificados con lo que vamos a tratar a continuación. Desde el momento mismo en el que nuestros hijos llegan al mundo, a padres y madres nos bombardean con todo tipo de mensajes sobre la crianza. Unas veces son bien recibidos y otras…no tanto.

Los progenitores se ven en la tesitura de encontrar el equilibrio entre los numerosos consejos e indicaciones que reciben de personas cercanas e influyentes como abuelos, tíos o profesores y lo que ellos mismos observan en la relación con sus pequeños. En la adolescencia, la relación entre padres e hijos cambia. Comienza el reto de la autonomía y responsabilidad de los hijos, aunque todavía necesitan mucho de sus padres. Es en este momento, en el que los padres y madres tienen menos acceso a cierta parte de la vida de los hijos, cuando los mensajes externos, especialmente si son contradictorios, suponen un arduo dilema.

Natalia tiene 12 años y se ha estrenado en el Instituto. Sus padres, Rosa y Pedro, están muy preocupados por ella porque durante el curso anterior tuvo problemas en el colegio con las notas, y además, conflictos con unas amigas. Natalia no les cuenta nada. Siempre ha sido una niña muy reservada, y cuando le preguntan, afirma que todo va bien, sin embargo han descubierto que ha mentido sobre algunos exámenes y con otros asuntos importantes.

Antes de la primera evaluación reciben una llamada del Instituto. La tutora les advierte que Natalia no se esfuerza lo suficiente, que se muestra distraída y algo aislada. Ese fin de semana van a visitar a los abuelos, y María, la madre de Pedro, les comenta que está muy preocupada por Natalia, que no la ve bien, que cree que la están presionando mucho y que, en su opinión, deberían dejarla un poco más a su aire.

Rosa y Pedro se encuentran en un callejón sin salida. Por un lado, en el Instituto les indican que Natalia tiene que esforzarse más, y por otro, la abuela María les dice que tienen que exigirle menos. ¿Qué hacer en esta situación?

A la hora de tomar una decisión al respecto, es interesante para las familias lo siguiente:

  1. Escuchar con atención los mensajes de personas influyentes. Aunque a veces las opiniones de los demás no nos gusten o incluso pensemos que son erróneas, debemos tener en cuenta que la familia, la escuela y los amigos cercanos tienen siempre buena intención al ofrecernos su ayuda. Por otro lado, tomar en consideración otras opiniones o enfoques, puede ofrecernos diferentes opciones a valorar para tomar decisiones.
  1. Hablar con nuestros hijos sobre lo que nos preocupa de ellos y escuchar su opinión. Ellos son los verdaderos protagonistas, y quienes mejor nos pueden dar las claves sobre cómo necesitan ser ayudados. Además, en la adolescencia, cobra especial importancia para el desarrollo personal sentir que sus opiniones, sentimientos y propuestas son valoradas. Esto les aportará confianza en sí mismos y se sentirán más competentes.
  1. Tomar decisiones por parte de los padres acordes a sus criterios personales. La educación de los hijos es una tarea compleja. Constantemente los padres afrontan nuevas realidades singulares que corresponden a las características de su familia. Tomar decisiones con las que los padres se sientan seguros y cómodos ayudará a llevarlas a cabo y mantenerlas. Igualmente, los jóvenes necesitan sentir que sus padres pueden ofrecerles, de manera externa, un marco seguro dónde existen límites a las conductas puesto que ellos aún están en proceso de aprendizaje en cuanto a sus propias limitaciones.

Y vosotros, ¿a qué situaciones similares os habéis enfrentado? ¿Qué alternativas os han funcionado en esos momentos?

 

Carolina del Pozo

Psicóloga y Orientadora Familiar

Servicio de Prevención de Adicciones